El concepto de estrés impregna nuestra cultura en múltiples niveles. Se trata de un estado exigente, a veces abrumador, acompañado de emociones negativas.
En la actualidad, se lo considera una respuesta biológica, resultante de varios mecanismos adaptativos que mejoran la supervivencia. Sin embargo, es necesario diferenciar entre el “estrés bueno” y el “estrés malo”, siendo este último capaz de volverse tóxico, y dañar tanto la salud física como psíquica.
El estrés puede verse reflejado en distintas situaciones de nuestro día a día. Por ejemplo, al generar cambios emocionales y volvernos más irritables, ansiosos, o emocionalmente inestables. Con el estrés sostenido, nuestras respuestas a situaciones cotidianas pueden verse magnificadas.
También se pueden dar escenarios de “procrastinación”, negación de problemas, y cambios en el sueño. Asimismo, el estrés es capaz de generar en las personas algunos comportamientos poco saludables para hacer frente a situaciones estresantes, por ejemplo, fumar, o comer para “sentirse cómodo”.
Es importante tener en cuenta que la forma en que el estrés afecta el comportamiento varía de una persona a otra. Su gestión es crucial para minimizar los efectos negativos en la conducta y el bienestar en general.